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No sólo Apple II: Google Glass, una historia de frontera

Bienvenidos a la nueva sección bisemanal de iPaderos. El leitmotiv de estos artículos será expandir un poco más allá la perspectiva de la temática general del blog, que no deja de ser otra que Apple y su ecosistema, y sobre todo, nuestro querido iPad. Parece como si el resto del mundo no hubiera tenido su propia historia e influencia en el mundo tecnológico, y obviamente, no es así. Apple ha sido, sin duda, un motor que ha impulsado indiscutiblemente la industria, pero tenemos que recordar también a todos a aquellos que, en el pasado o en la actualidad, han dado también parte de su originalidad o inventiva al mundo moderno en el que vivimos. Esta sección aparecerá a las 9:41 am, hora del pacífico, como nuestra sección «One More Jobs» (pulsa aquí para saber por qué).

De los múltiples casos de éxito que han acontecido en la industria de la tecnología digital, Google constituye una de esas historias inspiradoras o generadoras de terror, según a quien se le pregunte. Me gusta decir que son historias de frontera, porque como muchas de estas historias de drama humano, al final no se sabe bien cómo acaba todo. Y Google, ahora Alphabet, siempre se ha sentido cómoda jugando al “aquí te pillo y aquí te mato”, con una ascensión meteórica, una consolidación espectacular y, en los momentos actuales, un monopolio de dimensiones incalculables para cualquier mortal que no tiene nada que envidiar a aquellos tiempos de la Standard Oil, con la diferencia de que ellos trafican con datos, no con petróleo. Pero para el caso, es lo mismo.

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Son muchas las historias que ha producido una empresa como esta, pero hoy nos vamos a centrar en una concreta que ha sido uno de los casos de hype más escandalosos de los últimos años del mundo tecnológico: las “Google Glass”. Estas gafas digitales, que fueron anunciadas como el mayor caso de éxito de la modernidad, son ahora mismo pasto de las llamas, de las burlas y despechos de una industria y unos usuarios que se sintieron muy defraudados con algo que prometía mucho. Luego analizaremos las posibles causas de lo que ha ocurrido y por qué, pero se pueden resumir en una sola, en mi opinión: se vendió humo. Eso, en la industria en la que nos movemos en blogs como iPaderos, es desgraciadamente habitual. Microsoft ha sido durante décadas una maestra del engaño manifiesto, que sin embargo no ha impedido que haya sido la gran líder del mundo del PC los últimos treinta años. Vamos a adentrarnos en la historia de un aparatito que tan solo lleva tres años entre nosotros pero que en ese corto espacio de tiempo ha conseguido ser desde un émulo de la fama del iPod o el iPhone a algo que nadie quiere cerca.

El 4 de abril de 2012 los ingenieros que trabajaban en el proyecto abren una cuenta en Google+ (a este último habría que dedicarle un artículo por separado) iniciando públicamente el proyecto y animando al público a generar ideas alrededor del concepto de unas gafas inteligentes. Hasta aquí todo correcto. Los jefazos de Google, especialmente Sergey Brin, que digamos que es el “showman” del dueto que completa Larry Page, junto con otros directivos de la compañía, comienza en los días siguientes a aparecer con un prototipo de las gafas por todos lados: cenas, eventos diversos, e incluso se tiró en paracaídas con uno puesto para darle aún más publicidad. Desde luego, ese hombre sabe vender. En junio, tras el I/O, empiezan a atender solicitudes de pre-reservas del aparatito, a nada menos que 1.500 dólares americanos, un precio escandalosamente alto (que incluso en los sueños más húmedos de los directivos de Apple nunca se les hubiera ocurrido pedir) que simplemente fue uno de los detonantes de que el invento no llegara a más. Es comprensible que un aparato recién salido al mercado cueste mucho de producir y de vender, pero teniendo en cuenta que en si mismo no porta ni la tercera parte de tecnología que un iPod Touch, ese precio fue considerado como excesivo a ojos de todo el mundo. Aún así, hay quien lo compró.

Podría decirse que hay mucha más historia que contar, pero… La verdad es que no. Naturalmente, estos tres años han supuesto un goteo de noticias que no parecían ir a ninguna parte. Desde mensajes de Brin indicando a los desarrolladores que la cosa iba a ser muy complicada (ya se lo olían entonces), hasta las múltiples “crisis”, sobre todo con las autoridades de tráfico, que les han supuesto a los “Explorer” multas (algunas de ellas retiradas, eso sí) y otros tipos de conflictos. El hecho de que el propio Sergey hicieran una demostración conduciendo por Montana haciendo fotos cada 10 segundos pudo ser el detonante de que medio mundo comenzara a preguntarse si era algo conveniente, no sólo para conducir, sino en general para asegurar la privacidad de las personas. Pero la vida sigue, y en octubre, la revista Time nombra a las Google Glass como mejor invento de 2012.

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Pero algo parece ir mal. En 2013, los llamados “Explorers”, un grupo seleccionado de personas que tendrían que haber experimentado el dispositivo, aún no han recibido sus aparatos. A principios de año, Google amplía el programa de pruebas invitando al público en general en Twitter con el hashtag #ifihadglass (si tuviera gafas), para preguntar que harían los usuarios si pudieran tener un ejemplar del aparato en sus cabezas. En Marzo, insistían en preguntar a la gente y en sacar ofertas de pre-reserva para un producto que sólo… Tenían en sus oficinas. Dos meses más tarde anunciaban a los ganadores del evento #ifihadglass que en las siguientes semanas recibirán sus aparatos. Y finalmente pasa, en abril. El problema es que aquellos que realizaron la pre-reserva en junio pasado tras el I/O… No lo recibieron hasta entonces. Es lógico pensar que muchos estarían, con razón, bastante enfadados. Pero finalmente pasa, y algunos “Explorer” como Robert Scoble se hacen fotos en situaciones “peliagudas”, como en la ducha. Esto llamó la atención de mucha gente sobre los usos “indebidos” que podrían realizarse de este aparato, posiblemente muy cuestionables. Se realiza un “teardown” de las gafas, concluyéndose que eran algo “extremadamente simple”. Además, el último cambio de 1 GB a 2 GB de RAM que los Explorers originales no podrán disfrutar ha resultado ser un jarro de agua fría.

La escasez de apps también empieza a hacer el producto muy poco atractivo para los usuarios, y no parece tener sentido pagar tanto por un producto que no parece ser tan impresionante y que además no parece servir para mucho más allá de tomar fotos y ver algunas informaciones en la lente virtual. Se intenta viralizar todo lo posible mostrando operaciones quirúrgicas realizadas con las gafas y periodistas aguerridos mostrando las “primaveras árabes” en todo su esplendor… El proyecto tiene altibajos. El departamento de tráfico de UK prohíbe las gafas a pesar de las quejas de algunos “Explorer” y en la televisión, algunos presentadores dicen que sólo se ponen las gafas en cámara porque se lo han pedido. Los usuarios se quejan de que el aparato sufre mucho con las altas temperaturas y la humedad, y aunque Google actúa rápido cambiando las piezas, queda patente que el sistema tiene que mejorar: no puedes estar cambiando piezas de un aparato de 1.500 dólares todos los años. La cosa se acentúa porque el equipo de Google afirma que probablemente, Europa no formará parte del programa de las gafas “por años”, lo que deja fuera a un público importante. Como nota curiosa, en diciembre de 2013 apareció la app MyGlass para iOS.

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Desde entonces, la repercusión del aparatito ha ido decreciendo hasta el punto de que ya nadie habla de ello. Excepto por el hecho de que le han vuelto a cambiar el nombre: de “Project Glass” cambió a “Google Glass” y ahora es “Project Aura”. Ahora mismo, Tony Fadell (sí, el de Nest, compañía que compró Google en su día y que es denominado uno de los “padres del iPod”) está al cargo del proyecto, y ha asegurado que lo va a rediseñar hasta que esté “perfecto”. Esto puede querer decir cualquier cosa, pero da la sensación de que el invento aún está en una fase demasiado “alfa” como para ser algo vendible, o que no están muy convencidos del resultado. En todo caso, es evidente que al final, la cosa se ha ido al garete poco a poco y que lo que se prometió como uno de los grandes inventos del siglo XXI, al final puede ser simplemente una pequeña anécdota que posiblemente no salga nunca de los laboratorios de Google. De hecho, no se sabe si permanecerá en Google, pasará a ser un elemento más del conglomerado Alphabet o quedará dependiente de Nest. Es decir, el proyecto como tal está en la inopia.

¿Qué podemos esperar de Google Glass o Project Aura? No lo sabemos a ciencia cierta. Su cuenta de Twitter (@googleglass) emite un par de imágenes al mes y no tiene mucha más actividad que algún que otro comentario ocasional. Tampoco hay noticias relevantes en los propios medios de Google y el resto de medios informativos sólo se han hecho eco últimamente del cambio de nombre. En la última I/O, los fans de Android se quedaron francamente decepcionados por la falta de noticias al respecto. En este punto, hay que considerar las opciones que tiene Google y que no son halagüeñas: o bien deja el proyecto abandonado (que si la cosa no cambia mucho, es probable que termine ocurriendo), que tengan preparada una versión final a un coste inferior a 500 dólares (por más, la mayoría del público no estará dispuesto a adquirir el producto) o se termine convirtiendo en otra cosa, pero el qué ya sería mera especulación. Como colofón, mencionar el hecho de que parece que nos encontramos ante uno de esos intentos de superar al futuro que tanto gustan por ejemplo en Microsoft y que Apple tiene aborrecido. Cuando Apple muestra algo, es algo real, funcional y que se podrá comprar terminado en unos meses a lo sumo. Pero el resto de empresas se empeñan en anunciar proyectos infinitos, costosos y poco serios que al final, se suelen quedar en nada. Véase Natal de Microsoft, la precursora de Kinect, que ha sido un completo fracaso de ventas. Quien sabe en qué quedará el proyecto futurista de Google… A lo mejor se quedará en el garaje del auto-coche, otro «invento» que lleva más de 10 años en la recamara…

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