Apple ha tenido una influencia decisiva en la industria, pero aquí recordamos a los que han colaborado de forma decisiva al mundo tecnológico en el que vivimos fuera del «jardín vallado». Esta sección aparecerá a las 9:41 am, hora del pacífico, como nuestra sección «One More Jobs» (pulsa aquí para saber por qué).
Una de las consecuencias inevitables de la era de las redes digitales es la deslocalización de los datos. Al poder residir estos en cualquier sitio y en muchos formatos diferentes, tanto los desarrolladores de aplicaciones como los usuarios se comenzaron a percatar de que no les era imprescindible almacenar localmente los datos gestionados por los distintos programas, y con el boom que supuso la Web hace unos diez años, se hizo evidente que los datos podían estar en todos sitios, en todo momento y disponibles para todos aquellos que pudieran usarlos. Pero la infraestructura no permitía hacer esto de forma eficiente. Así surgió la idea del Cloud Computing o simplemente “Cloud”, que tiene dos vertientes: computación y almacenamiento de datos en “la nube”.
Hace aproximadamente una década, muchos desarrolladores se percataron de que les salía mucho más rentable realizar sus aplicaciones en la web en vez de en los escritorios tradicionales. La web dinámica o la web 2.0 fueron el pistoletazo de salida para que empresas como Google comenzaran a fantasear (y hacer realidad) con la posibilidad de que los usuarios pudieran usar aplicaciones como el correo, pero también la ofimática, en entornos de red totalmente agnósticos de la plataforma: da igual que usaras Windows, Linux, Mac o cualquier otro sistema o plataforma de hardware: podrías usar la misma aplicación y los mismos datos sólo con identificarte y entrar. Microsoft, como siempre, fue de los pioneros en esta parafernalia tecnológica con su Hotmail, que funcionaba con una identificación única, teóricamente, para todos los servicios de la empresa: Microsoft Passport. Apple también jugueteaba con sus primeros sistemas en red con cuentas únicas: iTools o MobileMe entre otros fueron los prolegómenos del actual iCloud. Google por su parte implementó un sistema completo de acceso a todos sus servicios de igual manera. Todos los grandes proveedores de servicios usaban unos u otros, junto con los que luego se harían populares, como Facebook y Twitter. Pero esto fue sólo el principio.
Inevitablemente, algunas de estas empresas se dieron cuenta de que tenían en sus manos algo de gran potencial. Si todos lo usuarios entraban en sus sistemas por medio de una clave única, era posible entrelazar y entrecruzar servicios entre sí. Google (hoy Alphabet) fue de los primeros en darse cuenta de esta posibilidad y ya desde antes de 2005, llevaban diseñando e implementando una inmensa red de servidores que daba soporte a su servicio principal, el buscador Google, pero que podía usarse simultáneamente con otros muchos servicios como el correo, los archivos, las fotos, los vídeos, los servicios PIM… Así que comenzó forjarse la idea de que todos esos servicios tuvieran bases de datos comunes y también fundamentos de programación iguales o muy parecidos. Las APIs de desarrollo de Google son uno de los mejores y más extendidos ejemplos de computación Cloud del momento actual. Microsoft se lanzó al ruedo con Azure, un sistema distribuido de computación en red que está siendo actualmente uno de sus grandes motores de dividendos. Pero no podemos olvidarnos de Amazon, que con su AWS (Amazon Web Services) lleva muchos años siendo la plataforma de referencia de la computación en red.
La computación en red no deja de ser la implementación de código software que funciona, no en una máquina local como las aplicaciones de toda la vida, sino en servidores remotos flexibles y extensibles, tanto en procesamiento como en almacenamiento. Y este es el segundo punto a tener en cuenta: si las aplicaciones podían fragmentarse para funcionar en un sistema remoto de red, entonces los datos también. Hace diez años, más allá del correo electrónico o de sistema como Flickr, nadie se imaginaba que hoy día subiríamos de forma natural nuestros datos a otros sistemas ajenos que no controlamos. Todavía hay mucha paranoia al respecto (yo particularmente soy cauteloso con como se tratan nuestros datos), pero seamos francos, es algo que inevitablemente terminará siendo el estándar para todo el mundo en muy breve plazo. Actualmente, hacemos backups de nuestros equipos en almacenamientos externos como OneDrive, Google Drive o Mega, nuestros correos están la mayoría en Gmail o Outlook, nuestras fotos están subidas a Facebook o a Google Fotos (o Photo Stream de Apple), leemos nuestros libros en iBooks o tenemos nuestros documentos de oficina compartidos en Office 360 o Google Drive. Inevitablemente, estamos deslocalizando nuestros datos y esto afecta, también de forma inexorable, a los vetustos PCs.
La computación “offline” fue la regla durante treinta años. Los equipos vivían desconectados o semi-desconectados de las redes y todos nuestros archivos y aplicaciones residían en nuestros discos duros y tiempo antes, en disquetes o CDs/DVDs (ahora unidades USB). No concebíamos la posibilidad de que esos datos anduvieran sin control por ahí. Al llegar los móviles y tablets, como dijimos hace ya un mes, todo cambió para el mundo de la computación: los usuarios de perfil medio/bajo ya no quieren usar el ordenador personal en su mayoría, pero eso conlleva un problema: estos dispositivos por regla general tienen pocos GBs de almacenamiento y ese almacenamiento se usa sobre todo para música y fotos. Apple lanzó un órdago a la mayor al incluir iCloud Storage como una capacidad de serie en todos los dispositivos iOS, de forma que el desarrollador podía de forma muy sencilla almacenar datos del usuario en la nube sin necesidad de tener que contratar nada. Sólo con que el usuario esté registrado en iCloud y haya iniciado sesión en el dispositivo está todo hecho. Los desarrolladores de Android tienen que acudir a servicios externos como lo era el difunto Parse entre otros para realizar servicios parecidos, de forma más compleja ya que los datos no están aislados entre los usuarios. Pero al final, se use lo que se use, esos datos de los usuarios ya son transparentes para los mismos: la mayoría de las personas que usan estos servicios no tienen ni idea de donde están esos datos, ni siquiera son conscientes de que están deslocalizados. Sólo con conectarse a Internet la magia funciona.
Como es lógico, todo esto nos lleva a la conclusión final de esta serie: si ya cada vez menos gente usa el PC, bien porque usa móviles y tablets, o TV inteligentes, relojes o consolas, y todos sus datos están, muchas veces sin saberlo, localizados de forma esotérica en un montón realmente grande de servidores en la inmensidad de la red, es evidente que el PC tiene los días contados. Los defensores del PC de toda la vida siguen criticando los nuevos sistemas como “de juguete” frente a los de toda la vida, los de la computación bruta, pura y dura. Yo particularmente sé que seguiré usando mis ordenadores mucho, mucho tiempo (Macs la mayoría) porque entre otras razones me lo exige mi trabajo. Pero no seamos tontos: no somos los profesionales los que definimos esto. Aunque sean las multinacionales las que generen estos productos y los saquen al mercado, inevitablemente son los usuarios los que los hacen populares. En otros diez años, la inmensa mayoría de los usuarios de tecnología no sabrán lo que es un ordenador más allá de la oficina, o ni eso. Nos guste o no.